La Antígona de Bertolt Brecht o la violencia ideológica

El 16 de abril de 1945, las tropas soviéticas, dirigidas por el mariscal Georgui Zhúkov, comienzan a bombardear la capital alemana. El proyecto alemán de construir un Großdeutsches Reich queda sepultado bajo el estruendo provocado por el enemigo más odiado: el ejército rojo.

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Bertolt Brecht

El dramaturgo alemán Bertolt Brecht, parte de un instante de este derrumbe [Berlín. Abril de 1945. Amanece. Dos hermanas salen del refugio antiaéreo y entran en casa] en su revisión de la tragedia clásica de Antígona y establecer, a su vez, un vínculo entre dicha obra de Sófocles y la realidad histórica (y moral) que perseguirá al pueblo alemán después de la Segunda Guerra Mundial.

¡Quédate sentada! Quien quiere ver, es visto.

Tras la muerte de su hermano Polinices e informada de la prohibición impuesta por Creonte, rey de Tebas, de celebrar los pertinentes ritos fúnebres como castigo ejemplar por traición a la patria, Antígona acude a su hermana Ismena con la propuesta de incumplir la ley y honrar a su hermano. Ismena le responde con las siguientes palabras:

«Ten en cuenta que somos mujeres: no podemos luchar contra los hombres. Nuestras débiles fuerzas nos obligan a obedecer, para no sufrir. Sólo me queda pedir a los muertos, a quienes sólo la tierra oprime, que me perdonen; ya que por la fuerza me someten, sigo al que manda. Porque realizar actos inútiles es signo de escaso saber.»

Antígona, desoyendo a su hermana, comete el delito de darle sepultura al hermano de ambas.

Es importante señalar que en la adaptación de Bertolt Brecht se mantiene el conflicto de la obra de Sófocles y que la conducta de Antígona lleva hasta su extremo. Este conflicto se manifiesta entre dos nociones del deber: el respeto a la tradición y a la norma religiosa versus el cumplimiento de las leyes del Estado.
Brecht  lo hace de manera evidente en la respuesta que da Antígona a las palabras de Ismene:

«Sigue al que manda y haz lo que ordena. Yo, en cambio, seguiré lo que exige la costumbre.»

Mas, el dramaturgo alemán fuerza al lector a abrir el horizonte interpretativo incluyendo un prólogo que establece nuevos vínculos dialécticos. En la escena descrita en él, dos hermanas salen, tras una noche de bombardeos, de su refugio antiaéreo. No se dice sus nombres, son la Hermana primera y la Hermana segunda. Al llegar a casa observan que alguien ha rondado por ella. Creen que su hermano ha podido volver del frente, pero no lo encuentran y cuando se encierran en casa un grito desgarrador llega desde fuera. La Hermana segunda, trasunto de Antígona, quiere salir y ver qué sucede, pero la Hermana primera responde con la misma voz de Ismene:

«¡Quédate sentada! Quien quiere ver, es visto.»

Os he dado madera de sándalo para vuestras casas, y en ellas no penetraba el ruido de las espadas.  

En 1932 Alemania tenía 6 millones de desempleados (43,8% de tasa de paro), tres años después había menos de ochocientos mil parados (un 12% de tasa de paro). Durante ese mismo período (1933 y 1938) el PIB alemán aumentó en un 50%.

Pretzel und Haffner

Sebastian Haffner

La gran depresión que marcó todo el período de la República de Weimar, fue rápidamente superada por el milagro económico promovido por los nuevos cabecillas del NDSAP. Ellos aprovecharon el milagro y hechizaron al pueblo alemán, con el fin de acumular todo el poder posible para, tal y como escribe Sebastian Haffner en Anotaciones sobre Hitler, unir al pueblo al mismo tiempo que destruían el Estado «sustituyéndolo por un caos de estados dentro del Estado».
La destrucción del Estado, gracias a la unificación de lo alemán para la eliminación de lo otro (judíos, comunistas, homosexuales, gitanos,…), se logró instaurando una ideología que, como ninguna otra en ningún otro momento histórico, se desveló en su esencia más pura: poder y violencia para imponer el «pensamiento cero», es decir, parafraseando a Hannah Arendt, esa doble preparación, sustitutiva de un principio de acción, que es la ideología.

Este es precisamente el papel que otorga Brecht a Creonte, rey de Tebas. Él, gran obrador de milagros y vencedor en la guerra contra la ciudad de Argos, es el poder y la norma y su palabra debe ser acatada (es decir, Antígona no puede dar sepulto a su hermano) pues:

«Cuando se desafía al poder, éste no puede ceder. Para él, el hombre que sólo obedece a su ira es un hombre corrupto»

Y aquí es cuando cabe hacer referencia a la actualización del conflicto al que hacía referencia en el apartado anterior: la tragedia clásica se debate entre dos principios morales positivos. Antígona se niega a cumplir la ley de Creonte movida por la fuerza de la tradición religiosa. Sin embargo, la naturaleza de ambos principios es la misma: la heterodeterminación del individuo que, lejos de estar autodeterminado, ignora su condición compelida al acatamiento de la norma propugnada por otro.
Mas la actualización de la tragedia del dramaturgo alemán, gracias a la inclusión de ese prólogo totalmente desligado de la lógica de la narración posterior, dota al conflicto de una nueva lectura: el individuo no se debate entre principios morales positivos distintos, sino que el combate se da entre una moral positiva y una moral crítica. Entre la Hermana segunda, que quiere salir y ayudar a aquel que emite el grito desgarrador -que se desvela como su hermano- y la Hermana primera que llega a ser capaz de, enfrentada a un miembro de las SS, afirmar atemorizada que no conoce al hombre que ha aparecido colgado a las afueras de su casa.

El prólogo termina con la Hermana primera lanzando una pregunta en la que retumba la voz de Brecht:

«Para liberar a su hermano y devolverle la vida, ¿iría a buscar la muerte?»

El ciego sigue al que ve, mas al que no ve le sigue alguien más ciego aún.

Cuando Hitler vio cerca la derrota de su Tercer Reich, propuso, convirtiéndose en un traidor para Alemania, la eliminación de toda la población alemana.
En la caída, las ideologías y los milagros obrados por los santos se desvanecen y dejan ver la ficción que hay tras ellos.

Es el Creonte de Brecht un trasunto de Hitler, pues una vez enfrentado con el más clarividente de los ciudadanos de Tebas, un sabio ciego que predice el futuro, no tiene otra opción que desvelar la falsedad de su victoria en la guerra contra la ciudad de Argos. Y al hacerlo, traiciona a su pueblo de la misma manera que Hitler:

«Es el fin de Tebas. Tebas debe morir, morirá conmigo, será aniquilada y abandonada a los buitres. Es mi voluntad.»

La traición rompe el hechizo y el pueblo traicionado -que no los individuos- busca sus propias justificaciones:

«Nada tomamos en cuenta, nos tapamos los oídos por miedo a tener que temblar y cerramos los ojos cada vez que apretabas las riendas con más fuerza.»

Pero estas justificaciones parecen insuficientes, porque tan culpable es el tirano como aquellos que no se alzan contra él. Pues la fuerza de la tiranía o la ideología que conduce al «pensamiento cero» reside en aquellos que se dejan someter por una orden impuesta sin ejercitar su capacidad y deber crítico, conforme a la razón autónoma que rige la moral.

¿Cómo recuperar la autodeterminación que el sujeto, ahogado en la masa y en la ausencia de pensamiento, ha perdido? Brecht pregunta, pero también ofrece la respuesta: el individuo debe ser, y más importante, actuar como Antígona y, aún más, si cabe, como la Hermana segunda. Esto es, sobreponerse al miedo que invade a Ismena o a la Hermana primera; ser individuo y no masa; querer ver y, en consecuencia, ser visto, porque el hombre que no tiene en cuenta lo que es realmente humano se convierte para sí mismo en un monstruo prodigioso.

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